
La película no logra llevar a cabo el desafío narrativo que planteaba la novela de explicar una historia construida sobre los testimonios de narradores no fiables. La adaptación resulta simplemente manipuladora y tramposa. Voy a destripar la peli, si no la has visto aún, igual prefieres no seguir leyendo.
Uno de sus principales fallos es que a pesar del protagonismo indiscutible de Amy (Rosamund Pike). Fincher decide adoptar el punto de vista del marido, Nick (Ben Affleck). Amy, es despojada de sus motivaciones y nos es mostrada como una simple majara que ha decidido arruinar la vida de los pobres incautos que caen en sus garras: vuelve la femme fatale, la mala malisima de toda la vida de Dios.
El best seller planteaba un montón de asuntos complejos e interesantes. De hecho aún quedan vestigios en el guión adaptado por la autora, Gillian Flynn. Pero el pobre Fincher parece no haberlo pillado.
La película trabaja el tema del desdoblamiento: Amy tiene un alter ego de ficción construido por sus padres, Amazing Amy. Nick, a su vez, tiene una hermana gemela, incluso los padres de Amy parecen versiones el uno del otro.
También aborda algunos asuntos relativos a la guerra de poder dentro de la pareja: la construcción del otro durante el enamoramiento, el poder de destrucción de las relaciones de pareja, el afán por controlar al otro, por dominarlo, por modificarlo.
Nick: Sí, te amé, y luego todo lo que hicimos fue resentirnos el uno del otro, tratamos de controlarnos mutuamente. Nos hicimos mucho daño entre nosotros.
Amy: ¡Eso es el matrimonio!
Pero sobre todo, está la cuestión de la tensión existente entre el rol que se espera de las mujeres y lo que verdaderamente somos. Según expone Amy brillantemente:
Ser una tía guay significa que soy una mujer sexy, inteligente y divertida a la que le encanta el fútbol, el póker, los chistes guarros y que eructa, que juega a los videojuegos, bebe cerveza barata, le gustan los tríos y el sexo anal y se atiborra de perritos calientes y hamburguesas como si estuviese protagonizando la mayor orgía culinaria del mundo. Mientras, de alguna forma, consigue mantener una talla XS, porque las tías guays son por encima de todo sexis. Están buenas y son comprensivas. Las tías guays nunca se enfadan; solo sonríen con desazón, de una forma encantadora y dejan a sus hombres hacer lo que les dé la gana […].
Los hombres creen que esta chica existe. Quizá estén engañados porque hay muchas mujeres que están dispuestas a fingir que son esa chica. Durante mucho tiempo, las ‘tías guays’ me han irritado. Veía a los hombres –amigos, compañeros, extraños– atontados por estas horribles mujeres falsas y quería sentarlos y decirles calmadamente: ‘No estas saliendo con una mujer, estas saliendo con una mujer que ha visto demasiadas películas escritas por hombres socialmente ineptos a los que les gusta pensar que este tipo de mujer existe y que les besará’.
Esperé pacientemente – años – a que el péndulo oscilara hacia otro lado, que los hombres comienzan a leer a Jane Austen, aprendieran a tejer, amaran el cosmos, organizaran fiestas con guirnaldas bonitas y se besaran entre ellos mientras nosotras miramos… entonces sí . Diría: ese es un tio guay.
El director, ajeno al potencial brutal del guión, se afana por hacer sangre del manido tema de la manipulación que ejercen los medios de comunicación sobre el público cuando imponen información falsa forzando conclusiones precipitadas para mantener audiencia. Muy bien Fincher pero aplicate el cuento, tío.
Publicada originalmente en Cronicas de Valhalla